Historia de un parto en casa: El nacimiento de Abril.
Pasé la noche en trabajo de parto, dormí a
ratos, ya sentía las oleadas de expansión de mi útero, quieta y serena. El sol
empezaba a salir y auguraba un lindo día. Pensé: “creo que Abril escogió nacer
hoy”. Me di una ducha de agua tibia y conversé con Abril, le dije que estaba
dispuesta a recibirla, que justo era la fecha que habíamos acordado y me
alegré con esta señal de conexión entre nosotras. Quería vivir
intensamente ese día y recordarlo para siempre.
Llamé a mi médico, a mi doula, Maritza, y a mi amiga Inés, quien hizo fotos. Yo quería disfrutar al máximo las subidas de oxitocina que como una flor abrían el canal de nacimiento. El afecto de Inés, los masajes de Maritza y la musicalidad y amor de Cheo, mi esposo, disipaban el dolor. Yo misma tuve la capacidad de abstraerme y visualizar como mi cuerpo se dilataba. Respiraba, movía libremente mi pelvis, vocalizaba y sentía la explosión hormonal que invadía mi cuerpo entero. Simplemente seguí mi intuición y sentí una conexión con la madre tierra que me daba fuerza. De repente, se nubló mi visión y seguí entregada a ese torbellino de sensaciones.
Con Abril en brazos y aun conectadas por el cordón umbilical esperamos a que el mismo cuerpo expulsara la placenta y le diera toda su sangre antes de que su papá cortara el cordón.
Nunca antes había experimentado tanta libertad. Ser madre me ha inspirado a querer gritar a los cuatro vientos que: ¡las mujeres podemos parir!, y podemos decidir cómo hacerlo.
Por Jenny Soto